La persona que padece Alzheimer empieza a presentar una leve desorientación en el tiempo, y más tarde en el espacio, sobre todo en lugares no habituales. En un principio, se considera que no atiende y no se fija. Carece de importancia el hecho de que no sepa el día del mes o de la semana, puede ser un despiste tonto. Pero si estos olvidos se mantienen en el tiempo y van perdiéndose más fechas: la fecha de nacimiento, la edad de los hijos y así sucesivamente; la desorientación temporal y espacial convertirán en dependiente al enfermo.
Puede tener problemas en los transportes públicos o en la conducción del coche (se desorienta y se pierde con facilidad en rutas no habituales o en cambios de señalización, disminuye su habilidad y rapidez de respuesta ante imprevistos).
Puede confundir el día de la semana, el mes o la estación del año.
Le cuesta interpretar la hora en el reloj.
Se le hace difícil orientarse fuera de su entorno habitual, por lo que fácilmente se pierde.
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